Las estampas de santos son quizá desconocidas para los más jóvenes, que no pueden recordar cómo hace unos treinta años eran unos dibujos con los que estaban familiarizados nuestros niños. Al final de la misa, en el libro de oraciones, este codiciado regalo del párroco, con la imagen del santo protector o de la Virgen, era el recuerdo de la jornada, del día del santo, de un milagro o de una aparición. Con los breves textos que llevaba escritos, constituía también una invitación a la oración y la meditación.
Como manifestación del sentimiento popular, la imagen sagrada fue al principio, junto con las cartas de juego, uno de los primeros ejemplos de impresión, es decir, de modelo reproducido en muchas copias. Algunas estampas de santos del siglo xi.x. Museo Etnológico de Monza y Brianza.
nos recordarán cómo de niños, más allá del sentimiento religioso y de la fe, eran unos entusiastas coleccionistas de “estampas”, que intercambiaban en los recreos; unas eran sencillas, ingenuas, otras parecían antiguos y elegantes pergaminos, con gran riqueza de colores; unas eran delicadas, en tintas monocromas, adornadas a veces por un marco que imitaba perfectamente un encaje, en tanto que otras mostraban escenas de milagros o martirios o constituían finas reproducciones de cuadros famosos.
Casi puede afirmarse que el primer contacto con las grandes imágenes sagradas, con las obras maestras del Renacimiento o del Barroco, con las madonas de Rafael o con el Cristo de Guido Reni, lo tuvieron los chicos de entonces en los bancos de la parroquia, mirando las “estampas” entre las páginas del libro de oraciones.