¿Por qué y cómo dibujaba Goethe, uno de los viajeros más ilustres que hayan deseado dejar en sus cuadernos los resultados de su experiencia?
El viaje que realizó Goethe por Italia, sus escritos y sus dibujos de entonces, nos hablan de su entusiasmo: de su entusiasmo por la naturaleza, por la arquitectura, jero también por el dibujo, el medio más idóneo para slasmar, con mayor inmediatez que con las palabras, el íechizo de la imagen.
Goethe, el “poeta de los paisajes”
Friedrich Riemer, colaborador y confidente de Goethe, revela que los dibujos de éste debían entenderse como ideas esbozadas, «expresión figurada y simbólica de lo que ocupaba su fantasía y ardía en su alma…». Pero Goethe, esencialmente poeta, aunque también dibujante, no podía dejar de elevar y transfigurar la realidad contemplada en “poesía de los paisajes”. Para quien mira con ojos atentos, forma y color se convierten, en la descripción literaria y en el esbozo, en los elementos de la composición: «Los colores vivos, atenuados por la luz difuminada en el aire, (serán) visibles incluso a corta distancia… de suerte que harán destacar los contrastes entre las tonalidades frías y las calientes Las sombras de un azul claro resaltan agradablementi allí donde la luz se funde con el verde, el amarillento, e rojizo y el siena para unirse con el tenue azul velado de fondo en lontananza.» En sus palabras encontramos 1; premisa de lo que será una de sus obras maestras: Lt teoría de los colores.
Inquietudes de dibujante voluntarioso.
Goethe fue ciertamente un gran poeta, pero no en tan buen dibujante; sin embargo, precisamente su voluntad de llegar a serlo, de aprender a dibujar parí decir algo, adquiere para nosotros un significado par ticular. Le gustaba la acuarela, y esbozaba sus paisaje; con lápiz monocromo o con colores tenues. Sentía ) pensaba, además, que el cuerpo humano alberga todos los problemas y todas las soluciones: «Asistí a la escuela, aprendí a dibujar la cabeza y todas sus partes, y sóle entonces empecé a entender a los antiguos… Desde primeros de enero, bajando del rostro a la clavícula, me detuve difusamente en el tórax y las demás regiones, estudié con cuidado todo desde el interior hacia el exterior: los huesos, los músculos.. Las semanas próximas veré con ojos libres las más bellas estatuas y las más bellas pinturas de Roma.
La calle, un teatro.
«Los canteros, que han trabajado hasta el último momento, guardan sus herramientas e interrumpen entre bromas el trabajo. Todos los balcones, todas las ventanas están una tras otra adornadas con colgaduras y en las aceras elevadas, a los dos lados de la calle, se ponen sillas; los inquilinos de las plantas bajas y todos los chiquillos se ponen a parlotear, y la calle deja de serlo: se asemeja sobre todo a un gran salón de baile, o a una enorme y adornada galería. De las ventanas cuelgan ropas; todos los palcos están cubiertos de antiguas colgaduras bordadas, y las numerosas sillas aumentan la ilusión de estar en un salón; el cielo benigno recuerda de manera extraña que no tiene tejado. Así, la calle parece más habitable. Al salir de casa se tiene impresión de estar en un palacio, entre co nocidos, no en la calle, entre desconocidos.
(W. Goethe, Viaje por Italia, El carnaval romano, 1787.)
Ver con ojos de veneciano.
Mi vieja costumbre de observar las sas del mundo con los ojos de aquel pintor cuyos cuadros impresionaron mi alma hizo surgir en mí un pensamiento singular. Es evidente que el ojo se forma de acuerdo con los objetos que está habituado a mirar desde la infancia; sentado esto, el pintor veneciano debe ver todas las cosas de un modo más claro y sereno que los demás hombres. «Nosotros, que vivimos en barrios que
unas veces están sucios de fango y otras polvorientos, en lugares carentes de colores, donde se amortigua y oscurece todo reflejo, nosotros que vivimos quizás en ambientes restringidos, no podemos educar el ojo de manera tan alegremente clara. Cuando atravesaba a pleno sol las Lagunas y observaba sobre el borde de las barcas a los gondoleros que se movían con desenvoltura con sus abigarradas vestimentas y remaban mientras sus figuras se recortaban sobre el fondo azul de la atmósfera y sobre la superficie de las aguas de un bello verde claro; entonces se me presentó el mejor, el más vivo cuadro de la escuela veneciana.
(W. Goethe, Viaje por Italia, Venecia, 8 de octubre de 1786.)
Sensibilidad alemana para captar lo meridional.
Se diría, sin embargo, que todo esto le sirvió particularmente para ver Italia, para apreciar sus paisajes, las ciudades y las ruinas, las puestas de sol, para apuntar en sus cuadernos de viaje lo que su cultura y sensibilidad le sugerían: «Dondequiera que vayamos o nos detengamos surge ante nuestros ojos un paisaje rico y variadísimo: palacios y ruinas, jardines y prados rústicos, lejanías que se pierden y breves restos reunidos, casucas, establos, arcos de triunfo y columnas; en resumen, ese característico concierto de objetos verdaderamente meridionales y romanos.
Esta decidida voluntad de expresarse mediante el dibujo, de «progresar en el dibujo para lograr hacer algo con facilidad, constituye, por otra parte, la característica que distingue ese viaje de Goethe de los que solían hacer los grandes representantes de la cultura alemana, para quienes la estancia en Italia era, en el siglo xvín, elemento obligado y placentero.
Una última observación: los dibujos, los apuntes, no servían a Goethe solamente para plasmar las imágenes y los momentos de su viaje; muchos estaban destinados, junto con otras descripciones por escrito, a sus amigos de Weimar, para transmitirles una idea de las cosas bellas e importantes halladas en Italia.
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