Gauguin en la isla de Moorea.
En junio de 1891 desembarcaba Gauguin en Tahití, en busca de la luz y del color, y de allí se trasladó inmediatamente a la isla de Moorea. Sus apuntes de viaje están reunidos en Noa-Noa. Escribía Gauguin: «He empezado a trabajar. Pero el paisaje, de colores francos y ardientes, me deslumhra… ¡Y, sin embargo, es tan sencillo: pintar como lo veo, traducir sin cálculo un azul o un rojo en la tela! En los ríos me encantan la figuras doradas. ¿Dudaré aún en captar toda esta luz esta felicidad del sol?»
La modelo caprichosa.
Gauguin pintó los paisajes y los habitantes del lugar: «Pruebo a esbozar un retrato; quisiera captar sobra todo esa sonrisa ambigua… Hace una mueca de desa grado y, contrariada, dice: “Aita (no)” y me deja. Una hora después está de nuevo en mi casa, lleva un bonito vestido y una flor en la oreja. ¿Qué le ha sucedido y por qué regresa? ¿Un juego de coquetería, el placer de ce der después de haberse negado?… ¿O sólo el capricho sin motivo, el simple y puro capricho, tan común en ellas? Comprendo que deberé atenerme, como pintor a la vida interior del modelo: una urgencia tácita y apre miante, casi como una posesión física, por lograr un resultado decisivo… Trabajo deprisa ojalá no sea una idea fija-, deprisa y con calor.
»Pongo en este retrato lo que el alma ha permitido que vean los ojos y sobre todo, pienso, lo que los ojos solos nunca habrían visto: este fuego íntimo, intenso. Los rasgos de la noble frente me devuelven a Pae, aquella sentencia suya: “No hay belleza pura sin algo de extraño en las proporciones.” Y la flor que lleva en la oreja percibe su perfume. Ahora trabajo mejor, más libremente.»
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